Tuesday 20 September 2016

La condena de vivir

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La condena de vivir.
Cuando no quieres saber nada.
Cuando quieres gritar y de repente quedas mudo.
Cuando el ruido más estruendoso y perturbador es el latir de tu corazón; su monótono y molesto sonido, como el segundero de un reloj a mitad de la noche, sonoro y amplificado, que no te deja dormir en paz. El bum-bum que ya detestas. Cuando lo único que quieres es que se termine.
-¡Que se detenga!, ¡que se detenga! – gritas con palabras sordas. Y cuando al fin lo dejas de escuchar y casi tuerces la boca en una mueca fantasmal a la cual pretendes llamar sonrisa…silencio, bum-bum, silencio…bum-bum y, aunque débil y lejano, ahí está. Aún no se va, aún no te permite descansar y sabes que aún no se detendrá.
Sabes que aunque lo deseas no puedes detenerlo, y su ritmo una vez más anuncia el andar de tu condena, tu castigo.
Y aunque lo quieras, sabes que no lo harás y te odias aún más por ser eso que eres, por querer lo que no puedes, por desear lo que no debes y por no ser lo que no eres.
Tu propio reflejo te aterra, tu voz te atormenta y las palabras que danzan en tu lengua te asustan. Sabes de lo que eres capaz, ¿lo sabes?
No quieres ser, no quieres estar, no quieres ni existir. Cómo si la existencia fuera poca cosa. La tuya lo es. Mira a tu alrededor, te hallas enterrado en compañía, hundido en accidentes del tiempo, olvidado de la luz, ahogado en terror, provocado en dolor, descuartizado en inmadurez, iluminado en estupidez, herido en apatía, desolado en negación, enfermo en rencor, cremado en pensamientos inermes, atrapado en indiferencia, acusado en realidad, esclavo en libertad, despreciado en tranquilidad, aniquilado en soledad y despierto en desamparo.
No soportas tus miradas, cálidas, secas, que empolvan tu agónica alma.
Te detestas, te desprecias, te culpas; sólo quisieras desaparecer, deshacerte, romperte en infinitos pedazos, esfumarte, derretirte, irte y ser olvidado. Pero también quieres gritar, aún deseas gritar; insistes en gritar y, en cambio, aullas lastímero y colérico como un demonio insignificante que ha sido desterrado.
La nada es mucho, tú eres poco; tú eres nada.
Aullas y te arrastras cual gusano putrefacto, te llenas y te enlodas del propio desperdicio de tu incoherente y enmohecida vida. ¿Acaso podrías ser más miserable? Sí. Porque tu desgracia no acaba, aún estás aquí, cómodamente dislocado en el papel, escondido tras una fuente de tinta, desangrado de bondades- ante las cuales eres ciego- y expuesto en atributos -que no crees-.
Aún te aterra la oscuridad de día, aún lloras bajo el agua, aún le gritas a oídos falsos y mentes vacías; aún reclamas a las rocas del tiempo. Hablas con la boca del que sólo muere en pesadillas, aún ves el mundo a través de tus cicatrices y marcas, aún lames las heridas que ya cerraron, pero que jamás dejarás sanar.
Aún bebes el vino del vicio y el licor de la cordura; aún dibujas la locura con canciones, y te encierras en el cristal de otros corazones.
Aún sufres, aún lloras, aún ríes y aún vives.
-Y sólo una muestra de odio o afecto bastará.

Y ahora con paz en el alma y destellos en el corazón, guardas la música del dolor; su dulce melodía ha bastado por ahora. El eco de sus acordes aún estalla en tu mente, y en tu alma fría y húmeda, un recuerdo de muerte y un deseo de razón.

*Lilith*

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